Debería dejar de fingir por un momento y reflexionar sobre mi propia vida.
No puedo pedir más de lo que tengo porque no quiero más que eso. Pero sí quisiera poder salir de una vez del agujero en el que llevo tanto tiempo metida. Lo que más me asusta es no volver a sentir que me llenan el corazón hasta arriba. Que me miren como quien mira el mundo por primera vez. Y que me cuiden como lo haría yo por cualquiera. Quiero que me quieran, y con todas las consecuencias. Que sentir no se convierta en algo de lo que tener miedo y que, en cambio, me hagan ver que de verdad merece la pena. Quiero arriesgar, aunque sea sabiendo que voy a perder. Y conseguir revivir lo que lleva muerto desde hace mucho tiempo. La vida pasa pero, cómo vamos a avanzar si el corazón no asume lo que la cabeza ya sabe. Y cómo voy a mirar hacia lo que me espera si no consigo mirar más allá de la persona que un día fui. 
Puede que el error sea que la gente no entienda el amor incondicional, las ganas de triunfar y las caras largas después del fracaso. Tampoco creo que entiendan que hay palabras que duelen más que cualquier golpe y que las heridas no sólo se llevan por encima de la piel. Que lo triste de que algo se termine no es que se haya acabado, sino que nunca vuelva. 
Muchas veces deberíamos pararnos a pensar dónde estamos y por qué estamos. Con quién estamos y por qué lo estamos. Y dejar de lado los convencionalismos y las opiniones ajenas. Porque cuando me dicen que no debo hacer algo por mi bien, muestro indiferencia y lo hago. Soy lo que soy por los errores que he cometido. Y valoro más al amigo que te anima a seguir tu corazón antes que al que te exige hacer caso a tu cabeza. Ya sabré yo como recuperarme de los golpes.
Y ya pediré yo a gritos que me salven.




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